Hijos de puta con rostros metálicos y ojos fulgurantes como rubíes me persiguen y quieren destruirme. Acechan entre las sombras del estacionamiento, y alguno hasta se ha atrevido a susurrarme obscenidades por el teléfono invisible que tengo en la alacena. Por la noche, uno me sujeta de un brazo y otro del otro, mientras un tercero hunde su rodilla en la boca de mi estómago. Un cuarto hijo de puta se acerca entonces y vierte aceite quemado sobre mi boca. A lo lejos oigo pajaritos que trinan y ardillitas y conejitos que mastican

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