Vendo mi consciencia. Vendo mis creencias. Estoy a la venta y no soy caro. Vendo mi cédula, vendo mi voto, me vendo yo; soy tu mercancía. Cómprame, revéndeme, regatéame, bájame el precio, úsame. Soy un artículo de consumo, pero no cualquier artículo de consumo: soy tuyo, soy para ti, pide por esa boca. Dame algo, lo que puedas; un carguito, una contrata, mil pesos, trescientos, cien: me iré contigo.

Si mi talento es el dibujo, mis dibujos apoyarán la pesadilla que quieras que apoyen. Si mi talento es la palabra, mis palabras darán prestigio a tus mentiras y canalladas. Si mi talento es mi don de gentes, lo usaré para que todos crean que eres un prócer y no un simple ratero de pacotilla recién descendido de cerros inhóspitos, una bestia azorada que prefiere una buena tusa de maíz al papel higiénico. Si mi talento es la prédica, engañaré a los ignorantes afirmando que Dios te ha elegido para realizar su misterioso plan y pasaré el cepillo a mi feligresía por ti, para ti… Y si no tengo ningún talento, úsame para llenar una guagua, para agitar una bandera, para arrear a otros borregos a tu mitin. Pero dame algo, papi, dame un chin de eso, tírame un muslito, esa alita baboseada que dejaste; tus sobras son mi manjar.

Que no te preocupe mancillar mi dignidad; no tengo ninguna. Lo que tengo son ganas de comprarme cosas, de saldar deudas, de ponerme una ropita bacana, de brillar entre los tígueres con un iPhone nuevo. Tengo ganas de una Cayenne, de un reloj Cartier, de una cartera Louis Vuitton, de una cuenta en dólares y otra en euros; quiero zapatos caros, sombreros caros, pulseras caras, vino caro, whiskey caro, quiero convertirme en un escaparate de cosas caras para que la gente cuando me vea me respete y sepa que soy una persona honorable. Quiero contratas, quiero pegarme, quiero chupar. Yo chupo buenísimo, pregunta por ahí.

Quiero rodar en un Jaguar, un Ferrari, una yipeta Lexus o un Bentley, aunque tenga que abrirle paso a mi carruaje entre hordas de gente ñoca, quemada, desfigurada, huérfana, indocumentada, endrogada, enloquecida, analfabeta, sin destinos; aunque tenga que acelerar por calles llenas de basura, escombros, edificios clausurados, pastizales y vertederos improvisados para llegar cuanto antes a las dos o o tres cuadras del polígono central donde mi automóvil no desentone con los alrededores o sus habitantes.

Dicen los ilusos, los comunistas y los resentidos que tú amañas el juego para que yo no pueda alcanzar ninguna de esas cosas a través de mi propio esfuerzo y que, por ende, me obligas a entonar esta plegaria. No les hago caso; no les hagas caso tú tampoco. Dame algo y tú descuida. Nadie me mirará mal, nadie me negará el saludo, nadie comentará a mis espaldas, nadie abandonará disgustado el restaurante en el que me den asiento. Al contrario: lo único que ocupará las mentes de mis coterráneos es la interrogante de cómo, por dónde y con quién es que estoy yo conectado… No. Que no te preocupe la posibilidad de que me vaya a enfrentar al rechazo de una mayoría moral. A lo único que me voy a enfrentar es a la envidia, y yo a los envidiosos sé manejarlos.

No te confundas conmigo. No asumas que soy de escasos recursos. La única pobreza que cuenta aquí es la del espíritu. En esa categoría, no te quepa duda, me hallo en la más absoluta inopia. Si no tengo nada y me das algo, querré más. Si tengo algo y más das más, querré más. Querré más, querré más, querré más. Y pondré lo poco o lo mucho que tenga a tu servicio, para que me des más; y por más que tenga no te abandonaré, porque tener no vuelve poderosos a los que siempre quieren más, no: los vuelve esclavos cada vez más abyectos de los que dan. Así que no temas y dame algo, siempre dame. No me interesa ocupar tu lugar.

No me importa que lo tuyo sea lo mío disfrazado de ajeno. Yo no quiero nada más que lo que tú, con tu autoridad, tu majestuosidad y tu porte, estés dispuesto regalarme. Yo valgo lo que tú me digas que valga. Yo estoy aquí para ti. Déjame arrodillarme un poco para que puedas encaramarte mejor sobre mi espalda y alcanzar esas bolsas de dinero. Déjame prestarte mi voz, mis músculos o mi influencia para silenciar a los que vociferan que usas lo que recaudas de nuestro esfuerzo colectivo para regalarte a ti mismo lujos y oportunidades que a los demás nos niegan. Déjame ayudarte a pedir más cuando se te acabe lo que te dimos, cuando vaya raleando lo que todavía tienes atragantado en la molleja de tus salarios de heredero saudita y tus torres empresariales, cuando ya no puedas ni relamerte el sarro de tus colmillos relucientes. Déjame protegerte no vaya a ser que te caiga en la cabeza algún escombro mientras caminas por un país que se cae a pedazos; pero tírame con algo, Comando.

Conmigo no hay que tener miramientos. No te me pongas tiquismiquis. Háblame de una lavadorita, de una estufita, de una casita. Háblame del día de hoy. Soy tu súbdito y mataré a los que te irrespeten, acabaré con ellos, los trancaré o mandaré a trancarlos, los silenciaré o mandaré a silenciarlos, los desacreditaré o haré que los desacrediten. No permitiré que te toquen ni con el pétalo de una rosa. Yo no soy un ciudadano, no quiero serlo, no sé con qué se come eso. De hecho, con eso no se consigue nada de comer. Esas son pajarerías de gente de universidad. Yo no. Yo vivo en el mundo real, ese que está al final de la Winston Churchill pintado de azul. Allí me paro yo. Yo soy un cuero, una puta, y quiero ayudarte a construir un país de cueros y de putas, un gran país de pordioseros que te saluden con la palma de la mano hacia arriba, enceguecidos por el resplandor de tu Rólex, de tus mancuernas de oro, de tus sombreros Isabelinos, de tu dentadura filosa.

Y si no hallas en mí nada de valor para la industria de tu saqueo, ten mi ano, te lo regalo con una moña. Úsame, en última instancia, para tu entretenimiento, sacúdete el aburrimiento como los sodomitas querían sacudírselo con los ángeles que el Señor envió a Lot.

Pero tírame algo ahí.