El anuncio de una reforma fiscal que triturará (cómo podría no hacerlo) las entrañas del ciudadano dominicano solo habrá tomado de sorpresa a los afectados por alguna deficiencia cognitiva. Por supuesto, ya están las bocinas del régimen peledeísta, tristes excusas de humanidad, repositorios de órganos que pudieran ser puestos en mejor uso, justificando y explicando esas reformas tributarias con una frialdad tan y tan glacial que me llevan a concluir que algunos de ellos realmente creen lo que están diciendo. Caminan de puntillas muy cerca del hecho conmovedor e indiscutible de que el déficit fiscal que la administración de Danilo Medina quiere subsanar con este nuevo incremento impositivo se origina en el desorden administrativo impulsado por su propio partido y, trágicamente, en los derroches de la campaña que lo puso hoy en donde está… y que mantiene a otros en posiciones de holgura financiera y lujo persa con estrafalarias pensiones y paracaídas dorados que son la envidia de cualquier ejecutivo de Wall Street.

No creo que pueda continuar mi ensayo. La ira, la frustración y el desasosiego forman en mi cabeza un bolo alimenticio tóxico que me congestiona las ideas. Me pasa algo grave, gravísimo: las palabras, que tan dóciles y plásticas y cariñosas son conmigo, me han abandonado. Es decir: que me hallo sin palabras. Por suerte, los que estamos en el oficio de escribir sabemos como salir de ese atolladero y transformar esta bancarrota en riqueza, utilizando un medio que prescinde de la palabra y solo se apoya en ella para fulminar el espíritu con un fogonazo de entendimiento total e inmediato. Así pues, quiero compartir con ustedes, mis queridos lectores y lectoras, un poema que escribí para la ocasión, aclarando, como Goethe,  que “todos mis poemas son poemas de ocasión, han sido inspirados por la realidad y en ella tienen fundamento y hacen pie. Los poemas que nacen del aire no me interesan nada.”

 

Los perros malditos

Vuelven los perros malditos
a rebuscar en tu basura.
Una sarna incandescente los abruma
y los delata: brillan en la oscuridad y rezuman
un chinchilín de azufre y piedra pómez
que te avisa de inmediato su presencia.

Intentaste razonar con ellos,
pero no piensan.
Quisiste aplacarlos con tus sobras,
pero los has criado.
No los corriste a palos en su día
y ahora que saben dónde guardas la comida
te tienen acorralado.

Eran muchos y parió la abuela.
No los castraste a tiempo,
no les arrancaste a los machos sus huevos
con un alicate y con cera,
no destotaste a las hembras
y ahora son Legión:
se mueven como un enjambre voraz
que se te mete en la cocina
y arrasa con todo lo que tienes en la nevera.

Todo lo cagan y todo lo mean.
A su paso dejan una estela de semen, de baba,
de sangre, de lágrimas y de monedas.
En su pellejo prosperan pulgas y garrapatas
y sus hocicos resoplan malevolencia.
¿Todavía les haces gracias?
Ya se te metieron en la casa
y te olisquean los fondillos…
¿Cuándo les torcerás el pescuezo?
¿Cuándo se te metan en la cama?
¿Cuándo desenfunden sus pingas moradas
y se te suban por la colcha
y te las pongan en la cara?
¿Cuándo quieran encuerarte y fecundarte,
hasta entonces
no dirás nada?

El que espera demasiado
para acribillar a estos perros malditos
descubre, terriblemente,
que cuando finalmente quiera
hacer uso de la Palabra
no puede,
porque también ladra.