Un asesino, un rufián, un dalek del más bajo escalafón, huye de las autoridades por los estrechos pasadizos de Ma’aldiub, la ciudad-estómago del planeta Ol. El malhechor ha derramado los polvos vitales {1} de Isqf, veedor del tribunal de tierras y derechos sucesorales, con un tajo preciso {2} en los abscesos ventrales del lomo. El cuerpo sin vida de Isqf es una más de sus innumerables fechorías. El dalek es mano contratada, por supuesto. Tras él conspira el cartel de Nlk, que también lo persigue para borrarlo, temerosos del chantaje o la denuncia. Bakuk, el flujo gástrico que gobierna la ciudad desde la cañería cíclica residente en el palacio de gobierno, ha ordenado el desmembramiento del criminal. El asesinato de Isqf es la gota que colma el vaso. Despachó soldados Migh, varios destacamentos de policía y un nutrido contingente de su propia guardia personal, compuesta por aguerridos serqs, glóbulos dotados de inteligencia, hinchados de fluido venenoso. El dalek no tenía en dónde meterse.

En su desesperación, penetró al monasterio de Oma Galek, donde hiperconscientes terqs elevan sus oraciones a una deidad acídica llamada Eqleasa. Derribó a un monje desprevenido y se vistió con su hábito. Supo que lo delatarían sus gordos y vistosos alujrak, simbiontes malolientes que sintetizan la droga laq {3} a partir de secreciones excrementicias, y se los arrancó uno a uno, suprimiendo lamentos de indecible agonía {4}. Entre un terq y un dalek, la única diferencia eran los alujrak. El instinto de supervivencia del delincuente pudo más que su adicción, y se preparó a sufrir el tormento de vivir por tiempo indefinido sin el constante suministro de laq que le proporcionaban sus asociados. Ni cortos ni perezosos, los simbiontes alcanzaron el cuerpo desmayado del terq en dos o tres saltos y se le adhirieron a la cubierta dorsal con sus ventosas dentadas. El terq ahora parecía un dalek. De hecho, a efectos de la estricta jerarquía ma’aldiube, era un dalek. De igual modo, el dalek, vestido con el hábito del terq, era un terq. El fugitivo abandonó al infeliz monje en un callejón cercano y regresó al monasterio.

A sus perseguidores jamás se les ocurriría buscarlo allí. De él esperaban lo peor, pero irrespetar la ley de castas, desecrar Oma Galek y maltratar la reverenda persona de un terq eran perversiones impensables.
A sus perseguidores jamás se les ocurriría buscarlo allí. De él esperaban lo peor, pero irrespetar la ley de castas, desecrar Oma Galek y maltratar la reverenda persona de un terq eran perversiones impensables. Hizo como vio hacer, y se confundió entre los devotos terqs. Los retortijones que sacudían su cuerpo falto de laq fueron interpretados como furor místico. Los monjes rumoraban que Eqleasa se le manifestaba al dalek, lo digería, lo descomponía, lo incorporaba a su gloria elemental. El abad de Oma Galek, un santo que había recibido directamente de Eqleasa la capacidad de producir oma, la enzima milagrosa que corrompe la luz, quiso investigar y lo hizo llamar al pretorio donde el beato levitaba orbitado por lumínicos protones surgidos de la energía liberada por su meditación. Al recibirlo le hizo una observación simple que lo puso a temblar: “Veo que tu ifa te queda holgado”. El dalek captó que se refería al hábito monacal que le había arrebatado al terq. “Los ayunos”, respondió el truhán. El abad sonrió, lo interrogó, y el dalek, entre desvaríos, convulsiones y malicias, lo convenció de ser un elegido tocado por Eqleasa. El dalek se convirtió en su protegido, en su mano derecha. El abad lo consultaba para todo. Muy pronto, el dalek tramaba, negociaba, pillaba y traficaba influencias guarecido por la autoridad del abad. Desde el santuario, reanudó contactos con el cartel de Nlk y se las ingenió para mantenerlos bajo amenaza. Aprovechando su usurpado rango iba y venía con impunidad. Adquirió tal poder, que en poco tiempo el cartel dependía de su anuencia para las decisiones más espurias.

Mientras tanto, el terq despojado de sus hábitos amaneció en un basural. Desorientado, sintió ardor allí donde los alujrak lo mordían en intercambiaban jugos. Lo sobresaltó la agradable euforia del laq. Quiso resistirse y no pudo y ya no quiso resistirse. Halló que la duración de sus pensamientos estaba fuera de fase con su percepción del tiempo. Un breve segundo acomodaba ahora cálculos, elucubraciones e imaginaciones que antes le ocupaban días completos. En adelante, su vida mental no coincidiría plenamente con el mundo físico, que le venía a la zaga con suma modorra. Los objetos más banales le revelaban luminosas verdades, tan evidentes, que se preguntó consternado cómo no las había visto antes. Recorrió las calles de Ma’aldiub y le pareció que lo hacía por primera vez. Vio cómo se relacionaban unas cosas con otras y los secretos contenidos en esas relaciones. Se dijo que si su nueva exaltación perceptual le mostraba tanto con solo echar una simple ojeada a las cosas mundanales, cuánto más no aprendería si desviaba la clarividencia inducida por el laq hacia los vericuetos del espíritu. Lo hizo. Recordó los preceptos canónicos de Oma Galek; recitó y escrutó las Cien Letanías en el idioma ancestral duj; recordó la séptima y la novena fure del Libro de la Asimilación, tan crípticas; rumió algunos aforismos de Nrk Baar {5}, filósofo y santo… y se detuvo. Con un fulgurazo, entendió cuál era su verdadera función en el monasterio y la del monasterio en Ma’aldiub. Comprendió la lógica detrás del sistema de castas. Entendió el lugar de Ma’aldiub en Ol. Entendió el lugar de Ol en el Universo y lo abrumó la maravilla y el desasosiego.

Pasó el tiempo. Los terqs pronto abandonarían el monasterio de Oma Galek en peregrinación ritual a Xi’ich Oyaj {6}, el lugar arcano donde según la tradición el abad de los terqs debía transfigurarse y regresar a Oma Galek dotado de talento para secretar jinn, el raro fermento que absorbe del espacio-tiempo las inexpugnables vitaminas de que se nutre Dios. El falso terq usó el ajetreo de los preparativos para urdir más trepanaciones. Abusaría de la indemnidad aduanal de los terqs para contrabandear un cargamento de laq sintético hasta Kihh Rxw, la megalópolis pancreática. Hecho esto, avanzaron hasta Kiraag y zarparon rumbo a su destino final en una pequeña embarcación. El siniestro dalek atisbó grandes anugo deslizándose bajo la superficie y musculados yighj flotando entre nubes de cloruro. Bordearon costas de espesa jungla en donde emergían de vez en cuando gigantescos farukagh, sus cuerpos succionados por exóticos alujrak silvestres. Entonces se hicieron mar adentro y navegaron muchos días impulsados por vientos favorables. Luego vino la calma y la barcaza empezó a dar tumbos sin moverse de lugar. Cuando se agotaron las provisiones, los abnegados terqs resolvieron preservar del hambre a su líder ofrendándose como alimento de a uno por día, hasta que avistaran tierra donde pudieran reabastecerse o llegaran a Xi’ich Oyaj. Razonaron que la malnutrición podía perjudicar la transfiguración del abad. El abad asintió. Todas las mañanas echarían suertes con pajillas; quien obtuviera la pajilla más corta iría a presentarse ante el abad en calidad de vitualla. El primero en inmolarse fue un joven terq de gran estatura. El abad lo recibió en su camarote y lo tasó con voracidad. Tal era la lealtad y disciplina de los terqs, que cuando el abad distendió su enorme saco bucal, el corpulento monje saltó al interior sin pensarlo dos veces. El dalek acarició su largo y afilado pouyh {7}. Cuando llegara su turno, sabría dar al buen abad un tajo preciso, un tajo de muerte. Pero, ¿y los otros? Sin duda perecería a manos de los terqs restantes {8}. Día tras otro, el abad engullía un terq distinto; la suerte parecía evadir al dalek. Hasta que ya no quedó un solo terq para saciar al abad. Mejor no podían haberle salido las cosas. El dalek desenfundó su pouyh.

…los abnegados terqs resolvieron preservar del hambre a su líder ofrendándose como alimento de a uno por día, hasta que avistaran tierra donde pudieran reabastecerse…
En Ma’aldiub, el terq que parecía un dalek deambuló por los bajos fondos de la ciudad pregonando sus iluminaciones con vehemencia. Antes respetado y guarnecido bajo privilegios monásticos, ahora vivía de la limosna y soportaba el abuso de los viandantes, que lo consideraban un loco gracioso. Saturado de laq, no sólo había logrado esclarecer verdades terribles; el tiempo había dejado de ser para él una ilegible maraña de oportunidades, decisiones y consecuencias que se ramifican en una sola dirección. Desde entonces el futuro se sometía a su escrutinio con la misma docilidad que el pasado. Un día, mientras hozaba desperdicios acumulados en un zaguán, vio que uno de los sicarios del cartel de Nlk violentaba por simple deporte a un indefenso griig, una larva apenas. Sin levantar los ojos de la basura donde esperaba hallar sobras de comida, el terq dijo en voz alta, para que lo oyeran los amigotes del mercenario y los demás presentes, que los griig tienen la desdicha de poseer un exoesqueleto demasiado blando, de ser carnada ideal de parásitos renales y de padecer la agresión de cobardes que temen enfrentar contrincantes de su propio tamaño. El abusón le advirtió que se ocupara de sus asuntos. El terq no replicó inmediatamente, sino que cerró los ojos y narró con lujo de detalles la caída del cartel de Nlk, la muerte de todos sus líderes, la persecución y tortura de los esbirros en nómina, incluyendo el horrible fin de su interlocutor. Acto seguido, el terq huyó a toda carrera, seguido por matones con sus pouyh en alto. La noticia de la afrenta fue divulgada con premura. La dirigencia de Nlk fijó un precio a la cabeza del insolente profeta. El terq no tenía dónde meterse. Ávidos de recompensa, los más desastrados habitantes de Ma’aldiub pusieron ojo avizor. Haciendo uso de las sombras, caminando de puntillas, arrastrándose por cloacas, el terq llegó a las afueras de la ciudad y se ocultó en una pequeña cueva. El inusitado ejercicio de la fuga y la excitación del peligro desequilibraron su ritmo metabólico, que redobló la excreción de toxinas y otros desechos. Ahítos, los alujrak mostraron su agradecimiento inundando las membranas del terq con laq súper concentrado. La sobredosis lo puso en trance. Los verdugos de Nlk lo encontraron garabateando apresuradamente febriles visiones del fin de los tiempos, donde aparecían cuatro jinetes mortíferos, una ramera titánica y la segunda Bestia que salió del mar, cuya herida nunca será sanada. Apenas se interesó por ellos. Herido de muerte, el terq se vio como la criatura que era y comprendió algo que ni el laq había podido mostrarle: que su alma y el alma de todos los habitantes de Ol forman una sola, perteneciente a un ser desconocido.

A continuación, el santo separó los belfos y mostró al dalek la profunda vesícula donde burbujeaban, chisporroteaban y bullían las nauseabundas gelatinas del hambre.
Casi al mismo tiempo, el dalek se presentó ante el abad y vio que este resplandecía con una extraña luz. “Supongo que has venido a cumplir con tu deber”, dijo el abad. “No exactamente”, replicó el dalek, y añadió: “Usted no es el único con hambre. Vengo a decirle que nunca llegará a Xi’ich Oyaj”. El abad le dedicó una mirada bonachona. “No seas ingenuo, hijo. Estamos en Xi’ich Oyaj”, musitó deleitado, y el dalek entendió que Xi’ich Oyaj era ese lugar en medio del océano inmune a las corrientes de aire. “La tradición dicta que sólo puedo transfigurarme si por iniciativa propia los terqs de Oma Galek permiten que los consuma. Mi transfiguración es la transfiguración de todos. Ninguno de ellos ha muerto, sino que viven en mí”. El dalek se aproximó al abad y le mostró su pouyh diciendo: “Y muy pronto en mí”. Pero cuando fue a asestar el golpe su mano se le negó. El abad observó: “Veo que tu ifa te queda ceñido, pese a tu abstinencia”. Guiado por una voluntad mayor, el dalek lanzó el pouyh fuera de borda {9}. “Excelente. Temí que no se pondrían de acuerdo, que tu ifa, siendo de otro, se resistiría, y que por tanto no podría utilizarte llegado este momento”. El dalek dio un paso hacia el abad, quiso dar un paso hacia el abad. El exceso de salivación convertía sus palabras en un lúbrico chapoteo de mucosidades. “Ahora sé que tú y tu ifa se han acoplado a la perfección, y que harán un bocado apetitoso”. El abad dilató su formidable buche, que de inmediato comenzó a llenarse de una corrosiva solución péptida complementada por cristales de ptialina e hidróxido de aluminio. A continuación, el santo separó los belfos y mostró al dalek la profunda vesícula donde burbujeaban, chisporroteaban y bullían las nauseabundas gelatinas del hambre. El abad apenas se hizo entender cuando dijo: “Deja que el ifa te indique el camino a seguir. Abandónate a la persuasión de su sabiduría. A fin de cuentas, ¿no compartimos el mismo propósito? ¿Qué es un terq sin su asistencia?” El dalek se zambulló en el caldo pre-digestivo habiendo comprendido a medias que el ifa de los terqs es también un simbionte, un organismo especializado que presta un servicio a cambio de otro. Contrario a sus ya olvidados alujrak, sin embargo, el trueque establecido con un ifa no es de índole corpórea. Ni lo que se otorga ni lo que se acepta tiene que ver con el mundo físico. El abad dio inicio al milagro de su transfiguración con un sonoro eructo {10}.

 

Notas


  1. En su altamente especulativo ensayo “El principio de la negación como eje de la organización espontánea de la materia” (Mónada, vol. 22, no. 4, marzo 2477, pp. 321-77) Esther María Santelises traza los lineamientos de una alambicada teoría, según la cual la materia orgánica (que Santelises se empeña en denominar pomposamente “material auto-replicante”) es una reacción de la materia inorgánica contra sí misma. La cientista arguye que los mismos elementos que forman parte del mundo inánime se ajustan a un arreglo que hace que los organismos resultantes mantengan una relación antinómica con su “local de origen”. La vida, por ende, constituye una “estrategia de ofensiva”, en tanto que posee rasgos contrapuestos a los atributos fundamentales del medio-ambiente que habita y la nutre. De tal modo “el interior húmedo, líquido en más de un 80%, del cuerpo humano, se contrapone a una biosfera más bien seca, sólida y gaseosa como es la terrestre. Análogamente, planetas líquidos como Ol, ostentan una fauna cuyos núcleos biodinámicos básicos son compuestos sólidos deshidratados. En otras palabras, “la vida tiende a contrarrestar los estados, propiedades y combinaciones de los elementos que dominan su derredor. Esta base estructural le permite establecer el necesario control sobre su medio, del que busca a toda costa diferenciarse”. El profesor John Madison, que ha estudiado a fondo la ecología de Ol, opina que la teoría de Santelises es un “disparate mayúsculo” (major nonsense), y luego de señalar con sarcasmo que de sólida y seca la biosfera terrestre solo tiene el nombre, le recuerda a Santelises que 1) Ol no es un planeta líquido, 2) Ol no tiene una, sino múltiples biosferas (algunas líquidas, otras sólidas, gaseosas, oscuras, viscosas, etcétera), dispuestas en capas interconexas, y 3) la biodiversidad de Ol es tal que resultan inaceptables las generalizaciones que tienden a establecer un phylum siguiendo el molde terrícola (“The End of Paradigm Earth”, Mother Jones, vol. 43, 6 October 2477, pp. 12-17). Mu-Kien Adriana Sang Beng (“El maravilloso mundo de Ol”, Rumbo, Año V, no. 346, 2 de noviembre 2477, pag. 23), afirma que Madison no tenía por qué haber llevado la discusión tan lejos, puesto que la propia biodiversidad de la Tierra está a prueba de la teoría de Santelises. En una muy radiodifundida entrevista, el afamado astronauta y explorador interplanetario Joseph Williamson Ortiz se limita a tildar a Santelises de “racista”, condenando su uso de la palabra “fauna”, utilizada para referirse a los habitantes de Ol, actitud que le recuerda al expedicionario “la intolerancia antropocéntrica del siglo XXII” (Entrevista a Joseph Williamson Ortiz, WKQ, 7 de noviembre de 2477). Por otro lado, Madeline Varian, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, se adhiere a las postulaciones de Santelises, agregando la antinomia de la temperatura (interior caliente-exterior frío), lo cual ha generado aún mayores y más encarnizadas disputas.
  2. Dada la vertiginosa biodiversidad de Ol, es siempre difícil saber con certeza qué parte escindir, punzar, reventar, arrancar, aplastar, perforar, vaciar, destapar, tocar, rasgar, pisar, obstruir, apretar, estirar, morder, apisonar, aturdir, cuajar, detener, mezclar, empujar, dislocar, congestionar, romper, cortar, pellizcar, azotar, amputar, destazar, majar, hacer vibrar, halar, ahogar, hender, reducir, hinchar, tajar, hurgonear, descascarar, electrocutar, castigar, ajar, quemar, decapitar, asfixiar, dañar, torturar, rebanar, zanjar, magullar, rajar, lastimar, tullir, damnificar, lacerar, contusionar, fracturar, vulnerar, descalabrar, perjudicar, deteriorar, hundir, lisiar, inundar, coartar, desenchufar, envenenar, quebrar, cascar, pelar, inquietar, atormentar, cercenar, zaherir, asustar, o cauterizar para quitarle la vida a un organismo determinado. Lo que funciona para uno casi nunca funciona para otro, y absolutamente todos los habitantes de Ol son duros de matar. Incluso, debido a la cerrada ecología de Ol, muchas veces es necesario exterminar a dos o tres individuos de especies completamente distintas a fin de provocar la muerte al verdadero objetivo. En todo Ol, la casta dalek es la única en posesión de la diabólica virtud que les permite detectar sin yerro el talón de Aquiles de cualquier ser viviente, saber de inmediato qué hacer y contar con la herramienta para ello, sobrada razón para ser a la misma vez vigorosamente aborrecida y ampliamente cotizada.
  3. Algunos especialistas (Margherita Beckman, Charles Young, Ismael Troncoso, Dominga Azevedo) han adelantado que la pérfida intuición de los daleks es producto de su asociación simbiótica con los alujrak. Experiencias de laboratorio han evidenciado que a mayor consumo de laq más aguda se torna la clarividencia del dalek. Los daleks más apreciados/detestados son aquellos capaces de derribar a su víctima sin necesidad de entrar en contacto directo con ella. Estos talentosos verdugos muestran un exacerbado entendimiento de las relaciones intra-especies y son capaces de descubrir y hacer uso de las combinaciones más recónditas. Se habla de daleks tan hábiles que aniquilan a su víctima, doquiera que esta se encuentre, con solo aplicar su pouyh (véase n. 7) contra un aparentemente inane fetruuh (especie de hongo campestre) nacido al azar de cualquier grieta. Aunque siguen perteneciendo a la casta dalek, los individuos que alcanzan el grado de sofisticación descrito son apodados con el diminutivo dagalek. El “folklore” m’aldiube ha hecho del dagalek una figura arquetípica revestida de un aura de sapiencia. Así lo demuestran las Crónicas de Gadaruf, donde se inmortalizan las aventuras de un legendario dagalek que acometía con éxito misiones meticulosamente imposibles. Se dice que Gadaruf existió realmente y que solía matar sin salir de su aposento. Más famoso aún es el ciclo narrativo de Teryhterg y Guznilagh, que narra las cómicas peripecias de una dispareja pareja de daleks. Teryhterg es un zoquete de siete suelas mientras que Guznilagh es un dagalek del más alto calibre. La hilaridad de las situaciones en que se ven involucrados no se hace esperar. Casi siempre la estupidez de Teryhterg le cuesta la vida a Guznilagh. La moraleja es obvia: hasta en la maldad, la tontería es más perjudicial que la inteligencia… O bien: la maldad sin seso acaba en bondad. El hábito hace al monje es una reelaboración anónima del más popular episodio de este ciclo, en el que Teryhterg le juega una trastada a Guznilagh y debe disfrazarse de terq para escapar a su venganza. La idiotez de Teryhterg le impide anticipar lo que le depara el destino; Guznilagh y los que atendemos el relato, informados de las extravagantes ceremonias de los terqs (de por sí un lugar común), ya lo sabemos. La presente versión elimina al binomio y nos presenta como protagonistas a un dalek y a un terq sin nombres. El embotamiento del dalek, incapaz de prever su fin (evidente, como ya hemos dicho, para quien lee, escucha o experimenta del cualquier otra forma esta historia) parece encontrar una explicación en el hecho de que se ha despojado de sus alujrak. El hábito hace al monje es comúnmente atribuida al notorio dagalek Byhg Ijurew.
  4. Para más información, consultar el formidable manual Helpful Friendships: Being a Book on Symbiosis and Symbionts of the Known Universe (New York: Vintage Books, 2466) de Estivalia Inhagén, ella misma un simbionte del planeta-pantano Awabi. Inhagén es autora de la célebre frase “An illness is nothing less than a failed symbiosis”, que se ha convertido en uno de los más trillados retruécanos de la comunidad médica intergaláctica.
  5. La Oficina para el Fomento y Difusión de las Inteligencias, por conducto del Fondo Monetario del Cuadrante Decimosegundo, editó recientemente las Obras Completas de Nrk Baar, para Universal Communicator 5.0. El formato políglota incluye el lenguaje de señales bioluminiscentes de la civilización medusina de Geseatt y el idiolecto hormonal de los Haza. La publicación constituye el decimoctavo tomo de la Enciclopedia Religiosa de los Mundos, coordinada por la Fundación de Creyentes Unidos.
  6. El legendario cartógrafo Dumarsais Estimé insiste en que la forma correcta de escribir el nombre de esta mítica zona es “Zi’ichn Ollachn” (“Problems in Transcription”, Worlds, v. 66, no.987, 22 February 2473, p. 62). Karen Dougherty publicó en marzo del pasado año un acendrado artículo en el que enumera las características físicas que hacen de Xi’ich Oyaj el lugar idóneo para la “transfiguración” (metamorfosis) del terq-rey (“Fragile Vectors: the Marvelous Properties of Space-Time Soft Spots”, Omni, v. 1, no.8, 17 December 2477, p. 23). Ver también el estudio topológico de Aurora Morel “Divided by Zero: the Uncanny Physical Rules of X’ich Oyaj” (P, vol. 16, no. 22, p. 143). Asimismo, el simpático astrólogo y taumaturgo internacional Dußån tiene mucho que decir sobre Xi’ich Oyaj en su último libro Ombligos del Universo (Madriz: Siruela, 2476).
  7. El pouyh de los daleks es un apéndice protráctil que remata en un esfínter rodeado de cilios. La infeliz traducción de los adjetivos yubidhyum y jiminy sugiere la errónea imagen de un puñal. Una versión literal de los vocablos, lejos de rendir “largo y afilado”, produce “dúctil y versátil”, lo cual nos da entender que el traductor sacrificó la exactitud de su labor en aras de adaptar el texto a la inteligencia humana. Ello queda comprobado por la línea que sigue, así como por todas las referencias a la anatomía humana, inexistentes en el original. Más adelante kiluyipewq es vertido a “desenfundó”, y si bien no del todo equivocada, una traducción más precisa optaría por “extendió”, “infló” e incluso “estiró”. Dependiendo del contexto, “pouyh” puede ser usado como adjetivo o como verbo, de manera que su significado varía entre “insólito” y “matar”. En resolución unánime, la prestigiosa Asociación de Traductores y Decodificadores de Lenguajes Naturales (ATDLN) ha calificado de “nociva” la práctica de lo que ha denominado “adecuación a especies”, definiéndola como un “esfuerzo distinto de la traducción” que no fomenta sino que traiciona la “vocación a enseñar a los habitantes del Cuadrante 12do las formas de conocimiento practicadas por sus cohabitantes, y a proveerles, por medio de la traducción de distintos artefactos, tácticas eficaces que les permitan escapar de la prisión de su inteligencia local y enriquecerse con la experiencia de otros modelos de intelección” (Artículo 2b, Constitución de la Asociación de Traductores y Decodificadores de Lenguajes Naturales, 23ra ed., Fondo Monetario del Cuadrante Decimosegundo: Bogotá, 2475, p. 7).
  8. Incluso el más estricto de los miembros de la ATDLN perdonaría frases como esta, puesto que está visto que ciertas frases hechas dependen en gran medida de la imagen corporal compartida por los hablantes. Está demás aclarar que los terqs no tienen “manos”, amén de que ya ha quedado establecido que el pouyh no es un arma blanca.
  9. Imposible. He aquí un magnífico ejemplo de la desinformación que generan las susodichas “adecuaciones”, con la agravante de haber sido perpetradas por traductores de pacotilla. Un dalek podría arrojar su pouyh “fuera de borda” con la misma dificultad con que uno de nosotros podría arrancarse un brazo o la nariz y hacerlos a un lado. Ojo: esto no quiere decir que en Ol no hayan especies con extremidades desarmables. Para más detalles sobre este tópico, ver el fascinante álbum Detachable (Oxford: New Riders, 2475), del suspicaz fotógrafo Pedro Vergés. El fotoreportaje abarca una miríada de especies de innumerables sistemas que comparten la peculiaridad de poseer cuerpos con piezas que se quitan y se ponen. Vergés dedica un capítulo a cada especie, en el que incluye un útil diagrama que ilustra procedimientos, funciones y mantenimiento. De especial interés resulta el capítulo dedicado a los mjm! del planeta X, en el sistema B769.90, que amueblan sus casas con fragmentos corporales independientes ultra especializados, algunos de los cuales hacen las veces de enseres eléctricos.
  10. Aunque hasta ahora la ATDLN no se ha puesto de acuerdo en cuanto al significado de hjiprweouyh, es sumamente improbable que los habitantes de Ol puedan eructar. Esta oración final es, sin lugar a dudas, una de las tantas libertades que se toma el traductor.

 

Publicado en la antología En el ojo del huracán (Norma 2011)
Copyright © por Pedro Pedro Cabiya 2001