Durante los últimos cinco años, y acaso deberíamos hablar de los últimos diez, hemos sido testigos del declive definitivo de la industria editorial, cuyas ventas caen un 10% todos los años. Éxitos de superventas como la serie de Harry Potter, de J.K. Rowling, la trilogía Crepúsculo de Stephenie Meyers, La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón y el reciente fenómeno Fifty Shades of Grey, de E.L. James, solo vienen a acentuar, por lo singular, anormal e impredecible de estos éxitos, el paisaje desértico en el que se manifiestan. Estos cisnes negros, tomando prestada la noción de Nassim Taleb, revientan sobre el escenario literario sin previo aviso, respondiendo a ninguna tendencia identificable; ninguno de ellos fue producido para satisfacer una demanda de los lectores… Pero ahí están, marcando la pauta que la industria del libro querrá seguir en futuras publicaciones, a sabiendas de que se las están viendo con fuerzas que no se acomodan a paradigmas inteligibles.

La industria del libro moderna cavó su propia tumba en el momento en que empezaron a primar los criterios financieros sobre los literarios. Esto suena contraintuitivo, pero muchos procesos de este complejo mundo en el que vivimos lo son. El editor moderno es un empresario conservador y temeroso, en especial el que opera en grandes editoriales multinacionales; sigue creyendo en las tendencias, por más que los cisnes negros anteriormente mencionados hayan demostrado hasta la saciedad que la industria del libro no se rige o no puede ser anticipada de acuerdo a tendencias.

El editor moderno es un empresario conservador y temeroso, en especial el que opera en grandes editoriales multinacionales; sigue creyendo en las tendencias, por más que los cisnes negros anteriormente mencionados hayan demostrado hasta la saciedad que la industria del libro no se rige o no puede ser anticipada de acuerdo a tendencias.
 Sus prioridades son la amortización de los gastos de publicidad que agotan sus autores y la distribución rápida de los libros. Lo que están aprendiendo arduamente los editores es que las ventas de los libros de los autores que eligen publicar, atendiendo a las percibidas “demandas”  de los lectores (o bien a los laudos de autores canónicos que no leen ni un solo libro, sino que reciben de comités de lectura manuscritos previamente seleccionados), no amortizan lo que se invierte en ellos. La más importante de esas inversiones publicitarias, los premios literarios, jamás ha podido recuperar, vendiendo el libro premiado, la suma en metálico que se le avanza al autor como “premio”. Estamos, pues, delante de un modelo de negocios que insiste en trillar senderos equivocados y renuente a realizar un autoexamen que produzca un diagnóstico útil.

No siempre fue así. En los años 60 la industria editorial produjo, con tesón, curiosidad y apertura creativa, uno de los fenómenos culturales más importantes de Latinoamérica: la literatura del Boom. Frente al gradual anquilosamiento de las letras que venía registrándose desde el Modernismo, editoriales como Seix Barral, Sudamericana, Oveja Negra y Losada publicaron un verdadero torrente de experimentos narrativos que resultaron en éxitos continuados y colectivos, no en homeruns solitarios e irrepetibles. Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa son solo algunos de los grandes escritores de superventas que generó la década del 60. ¿La clave? Estos editores decidieron publicar apoyándose de criterios estrictamente literarios. Si Julio Cortázar estuviera vivo y escribiendo hoy día, ¿qué editorial le publicaría Rayuela?

Pero no es solo la degradación del ejercicio editorial como una práctica puramente financiera lo único que ha dictado el declive de la industria editorial. La revolución tecnológica y el advenimiento del Internet han sido factores decisivos que han impactado la industria. El impacto ha sido negativo en la medida en la que el negocio de las ediciones ha resistido los cambios y se ha rehusado a acomodarse al nuevo paradigma. 

La revolución tecnológica y el advenimiento del Internet han sido factores decisivos que han impactado la industria. El impacto ha sido negativo en la medida en la que el negocio de las ediciones ha resistido los cambios y se ha rehusado a acomodarse al nuevo paradigma.

En el nuevo paradigma el autor ha sido empoderado visible y definitivamente. En el panorama del antiguo paradigma, el autor era el componente menos recompensado por sus labores, convirtiendo el oficio del escritor en uno de los más ingratos, económicamente hablando. En el pasado escenario el autor recibía un 10% de las regalías sobre ventas y a veces menos. La venta de sus libros dependía de la inversión en publicidad y distribución que la editorial decidiera asignarle a sus títulos. Los distribuidores reciben los títulos a un 30% y hasta un 40% de descuento del precio de venta. Entraba en esta encrucijada  jugador más: el librero, quien recibe del distribuidor (o de la editorial) esos mismos títulos bajo un considerable descuento también. Como bien dijera la especialista editorial Marcela Landres, dentro de este modelo, el escritor, el componente principal de la línea de producción, solo podría empezar a devengar ingresos significativos por su trabajo a partir del millón de libros vendidos, una proeza nada fácil.

Lulu.com y principalmente CreateSpace, una subsidiaria de Amazon, han revolucionado este esquema e impuesto un nuevo paradigma en el que el autor se mueve a la cabeza del organigrama operacional. El autor prescinde del proceso editorial, publica su propio libro y lo exhibe en los escaparates electrónicos de Amazon, Barnes and Noble y demás canales de distribución en Internet. El libro no existe físicamente hasta que es ordenado por los compradores. El ahorro en espacio de almacén se transmite directamente al autor, que puede percibir hasta un 70% de regalías por venta, según el canal de distribución a través del cual se realice la transacción.

El advenimiento del eBook también se inserta en este nuevo paradigma. Los autores son capaces ahora de publicar directamente en el Kindle Store o en el Apple Store, fijar un precio de venta y comenzar a vender sus libros de manera inmediata, percibiendo regalías de hasta un 60% y un 70% no gravados por impuestos locales. Toda la oferta del autor está disponible a los lectores a través de portales electrónicos en versión digital y física, y a todo lo largo de los escaparates de las tiendas de Amazon en Italia, España, Francia, Inglaterra y Alemania. De este modo, autores sin respaldo editorial están compitiendo exitosamente con autores de las grandes editoriales; la competencia se da en base a los méritos del relato, no a caprichos editoriales o presupuestos de publicidad; de hecho, no son pocas las ocasiones en que grandes editoriales se han acercado a exitosos escritores independientes y son rechazadas. Nada acentúa más el declive editorial que estos casos… y el empoderamiento de los autores.

Sin duda el trabajo del autor también ha cambiado. Ahora, además de escribir, debe encargarse de la promoción de su trabajo en las redes. Ese paradigma también se ha transformado. El autor que sobrevive (en especial el autor latinoamericano) sabe mucho más que hilvanar una narración elocuente y atractiva; conoce, además, todo sobre fuentes tipográficas y diagramación de página; conoce los pogramas de edición más populares del mercado y los utiliza con proficiencia; maneja estrategias de mercado y sabe posicionar sus libros en los escaparates electrónicos más frecuentados… En otras palabras, el autor moderno es una criatura surgida de la fusión del escritor y la casa editorial.

En otras palabras, el autor moderno es una criatura surgida de la fusión del escritor y la casa editorial.

El advenimiento de esta criatura no ha sido tarea sencilla. Los autores y autoras primero han tenido que desmontar la noción de que publicar independientemente es una faena reprehensible… Dentro del cómodo cascarón de esta actitud irracional e ilógica hemos incubado la próspera industria editorial que hoy, gracias a las herramientas puestas a disposición de los autores, toca sus notas finales. ¿Qué pensaríamos del empresario que considerara “indecente” invertir tiempo, dinero y recursos en su idea de negocios? Pensaríamos, correctamente, que es un cretino cuya idea, en la que él mismo no confía, no merece nuestra atención. Desbaratar el dogma de que la única salida que tiene el autor es publicar con una editorial es una labor casi tan ardua como lo fue deshacerse de la idea de que las enfermedades eran causadas por espíritus. Hoy podemos afirmar, también, que ambas son igualmente ridículas.

Por supuesto existen libros malos. Algunos afirmarán que el proceso editorial cumple su función como filtro… La sandez de esta afirmación le resultará obvia a la mayoría de mis lectores, puesto que si algo han demostrado las grandes editoriales es que, lejos de protegernos de la mala literatura, nos ahoga en ella. En el nuevo paradigma el escritor inepto tiene una oportunidad relativamente equitativa de competir en el mercado de libros y fracasar en buena lid.

En el nuevo paradigma el escritor inepto tiene una oportunidad relativamente equitativa de competir en el mercado de libros y fracasar en buena lid.
De la misma suerte, la buena escritora, el novelista atrevido, el poeta innovador, en suma, todos aquellos autores que, por las razones que sean, pasan desapercibidos o son abiertamente ignorados por las grandes multinacionales (en los que podemos incluir a la gran mayoría de los escritores del Caribe hispano y América Latina), tienen ahora la posibilidad de exhibir su obra y darse conocer… recibiendo la atención de los lectores y de la crítica, al tiempo que sus regalías son bonitamente depositadas por vía electrónica a sus cuentas de banco.

Noten que he hablado exclusivamente del declive de la industria editorial, no de la industria del libro. La industria del libro, a diferencia de la industria editorial, vive un momento de maravillosa efervescencia. Se desprende además de mi discurso que mi tópico es, específicamente, la literatura en español (las grandes editoriales de la lengua inglesa toman más riesgos literarios y, por ende, su oferta es muchísimo más rica y satisfactoria que la oferta en español de nuestras grandes editoras). También he intentado circunscribirme a las grandes empresas multinacionales, no a las pequeñas editoriales locales. En efecto: son estas pequeñas editoriales, luchando cada una por su espacio en los diferentes países de América Latina, el Caribe y Europa, las salvaguardas de la buena literatura en español, de su evolución, de sus experimentos, descubrimientos, de su belleza. Aventis, Agentes Catalíticos, Terranova, Kalandraka, Interzona, Sangría, El Billar de Lucrecia, Zemí Book, Callejón, Jekyll and Jill Editores y muchos otros proyectos editoriales fundados y operados por hombres y mujeres comprometidos con la literatura ofrecen, de manera constante, cuidada, curada y amorosa, la crema de la narrativa, la poesía y la investigación de los diferentes países en donde luchan, cada vez con mayor éxito, por sobrevivir la avalancha de literatura boba que derraman sobre nosotros los gigantes editoriales.

La industria editorial se reduce poco a poco a su tamaño más razonable, a sus dimensiones reales: la de asistente de los autores, organizaciones que contribuyen al proyecto literario de un autor o autora sólido que ocupa la cabeza tanto del proceso creativo como del comercial. Y no me sorprendería que desaparezca por completo, a medida que los autores se sacuden los prejuicios absurdos heredados de un discurso feudal trasnochado, se valen de las nuevas herramientas a su disposición y compiten unos con otros en una plataforma abierta, sin mediadores, por la atención y la admiración del público lector.

 

Una versión abreviada de este artículo aparecerá en la revista de la American Chamber of Commerce. Invito a todos los escritores y escritoras que me leen a que exploren las oportunidades que ofrece la publicación independiente y a que busquen y lean los libros de las pequeñas editoriales. No son tan fáciles de encontrar como los de las grandes casas editoras, pero nadie ha dicho que lo bueno se consigue suave. Estas dos acciones servirían para acelerar un proceso que ya está adquiriendo momentum. Pónganseme en esto.