Hoy, habiendo visto lo que hemos visto, escuchado lo que hemos escuchado, y a solo unos días de las elecciones, no puede dejar de despertar la curiosidad de hombres y mujeres inteligentes el hecho de que los dos partidos mayoritarios de República Dominicana, heraldos ambos de la ruina, el desfalco, el abuso de privilegios y la destrucción social, institucional, moral y económica del país, sean, los dos, creaciones de un mismo hombre. Y no de cualquier hombre, sino de un intelectual rectilíneo, austero, trabajador e idealista; de un escritor de primer orden, un investigador concienzudo, un pensador de alto vuelo, un sofisticado y cosmopolita hombre de letras. De un ser humano económicamente desvalido, desprendido y modesto. Para esos hombres y mujeres inteligentes a los que aludí al principio, esta paternidad no puede dejar de parecerles marcada por una monstruosa ironía. ¿Cómo pudo un ser de luz haber engendrado criaturas que se han consagrado tan apasionadamente al cultivo de la oscuridad? ¿Cómo puede la belleza engendrar la fealdad, la razón monstruos? Acompáñame, lectora y lector paciente, en esta breve reflexión sobre el legado político del último prócer caribeño moderno. Será como si pensara en voz alta. Sirvan estos breves apuntes como punto de partida de una futura reflexión más profunda y, al mismo tiempo, para una meditación urgente que nos ayude a tomar la decisión correcta el 20 de mayo.

Bosch, el hombre

No me llamo a engaño. No es mi intención contribuir a la hagiografía de nadie. Juan Bosch no era ningún santo. No pudo haberlo sido. No lo es ningún hombre de genio. Los testimonios que sobreviven confirman que don Juan era temperamental, hosco a veces, flemático, rígido e intimidante en el trato social, impaciente para la bobería y frecuentemente antipático; fue, probablemente, una de esas personas cuya brusquedad solo aquellos que más de cerca lo conocen pueden detectar, entender, perdonar y soportar. No dudo que, en lo personal, fuera ocasionalmente un tipo duro de tragar.

Al mismo tiempo, sus amigos, familiares y conocidos recuerdan, y sus cartas personales nos muestran, a un hombre cortés, de palabra elegante y comedida, muy amigo de sus amigos, leal, profundamente comprometido con la República Dominicana, intelectualmente curioso, infatigable y artísticamente inclinado (sorprenderá a muchos saber, por ejemplo, que durante sus años de exilio en Benidorm, don Juan exploró sus dotes de pintor y escultor). La metódica organización de sus archivos revela una persona meticulosa y ordenada. Más asombroso aún es que don Juan contestara todas y cada una de las cartas, telegramas y notas que le enviaban, fueran de la índole que fueran; desde comunicaciones urgentes del partido hasta notas escritas en papel de estraza por partidarios semianalfabetos del interior del país. Para todos tenía palabras de aliento, frases perspicaces, datos interesantes o análisis sociales que hacía al vuelo antes de despedirse.

Los archivos revelan, además, que Juan Bosch no tuvo un solo día de descanso: durante su exilio se mantuvo a sí mismo mediante su trabajo. Escribió incansablemente para revistas en España, México, Rumanía, Francia y la antigua Yugoslavia artículos políticos por los cuales pasaba justas facturas… y hay que ver el sarcasmo que destilaba cuando tenía que insistir en que se le liquidasen las regalías por algún libro cuya edición se hubiera agotado. Finalizó El pentagonismo, sustituto del imperialismo por esos años, promovió su edición en varios países, gestionó su traducción a otros idiomas y negoció con la agente literaria Mary Yost acuerdos editoriales de modesto beneficio, aparte de las charlas, congresos y conferencias que lo llevaron por medio mundo. Juan Bosch se alimentaba y alimentaba a los suyos con el fruto de su trabajo intelectual. ¿Cuántos autoproclamados boschistas pueden decir lo mismo?

Dos en uno

El profesor era, en suma, un hombre complejo, un ser humano muy humano, de íntimas y muy fructíferas contradicciones, como todos los genios. Compaginó la compasión por el prójimo y el sentido de responsabilidad social con la disciplina férrea del tecnócrata; la sensibilidad y empatía que le permitía conectarse al pueblo como uno más, con la formalidad, solemnidad, sofisticación y exquisitez que caracterizaron a los intelectuales de izquierda de los años sesenta; la arrogancia que había comprado cara durante años de interminables lecturas y estudios era dulcificada y moderada por una humildad y bondad de espíritu tal que era capaz de mantener entrañables amistades con personas muy por debajo de su nivel educativo sin caer en la condescendencia y el redencionismo; ni la inteligencia con que había sido bendecida la red neuronal de su cerebro ni las oportunidades y privilegios que le otorgó su extracción social le sirvieron de pretexto para trancarse una torre de marfil… por el contrario. Bosch fue uno de esos raros hombres agobiados por el insoportable peso de la responsabilidad.

En su magnífica novela El vizconde demediado, Italo Calvino narra la historia de un vizconde que, batallando contra el turco, sobrevive a un cañonazo en pleno pecho… Es partido en dos, verticalmente, y cada una de las mitades, apoyadas en sendas muletas, toman caminos separados hasta llegar a su tierra natal, ignorante la una de la existencia de la otra. Una de ellas es perfecta e insoportablemente mala. La otra es perfecta e insoportablemente buena. Ninguna de las dos puede convivir con la gente y son rechazadas por unanimidad.

Con Juan Bosch sucedió algo parecido. Escindido por el cañonazo de la corrupción y la degradación electorera del PRD, Bosch fundó un nuevo partido y, sin darse cuenta, se partió en dos. Luego de su muerte, las contradicciones que engarzaban tan armoniosamente en el interior de su personalidad única (el ying y el yang de su energía vital), hoy sobreviven por separado en sus dos creaciones: el PLD y el PRD. Cada una por su cuenta, sin la acción atemperante de la otra, se convierte en una fuerza destructora, parasitaria, degradada, tóxica. En una de sus criaturas, su amor por las clases desposeídas, la espontaneidad de su actividad política y el compromiso patriótico degeneraron en populismo, en comedia costumbrista, en el festejo de la incultura, en autoritarismo paternalista, en el menosprecio de las virtudes de la planificación, la previsión y la ponderación de opciones. En el otro, su amor por el conocimiento, sus métodos de estudio y su inclinación por la intelectualización de los procesos políticos, mutó en un engendro psicorígido, arrogante, autosatisfecho y soberbio, impaciente ante la diferencia de opiniones, remilgoso y autoritario. En uno impera la beatitud sonsa del que se autocongratula de ser bruto y humilde. En el otro, la altivez chopa que se adquiere como premio a una supuesta (e imaginaria) superioridad intelectual… No se sabe cuál de las dos es peor.

Ambos son falsamente democráticos, autoritarios, corruptos e incompetentes. Ambos nos han dado amplias muestras de su crasa inepcia gubernamental. Ninguno de los dos tiene la más remota idea de cómo sacarnos del atolladero y hacer que nuestro país rebose salud, profesionales competitivos, productos valiosos y ciudadanos de clase media. A ambos sí les sobra gente en sus filas con una plétora de ideas sobre cómo enriquecerse en tiempo récord. En ninguno sobrevivió el deseo de Bosch de empoderar a las masas para que fueran timonel de su propio destino. En ninguno sobrevivió su honestidad. En ninguno sobrevivió su amor y respeto por la ley. En ninguno sobrevivió su vocación de sacrificio. En ninguno sobrevivió el patriotismo genuino, el que protege los recursos de la nación y los pone a disposición del país, no el patrioterismo que los otorga al mejor postor y se ufana de haber “creado empleos”. Uno pretende sacarnos de la pobreza exportando guineos; el otro entiende que merece el Premio Nóbel por la genial idea de proteger la macroeconomía a base de préstamos. Uno promete una dictadura del corazón; el otro, una dictadura de la mente… Pero la palabra clave aquí no es ni mente ni corazón, sino dictadura.

Estos hijos mostrencos del profesor son organizaciones profunda e irremediablemente deshumanizadas.

Son monstruos.

Y a los monstruos hay que aniquilarlos.

Monstruos

En su reciente publicación La esperanza desgarrada, Piero Gleijeses, de la Johns Hopkins University, ofrece una conclusión informadísima que se hace eco del consenso público; es decir, que pronuncia una verdad que ni los enemigos más acérrimos de Bosch se atreven a refutar: “En su breve gobierno de siete meses Bosch había ofrecido al pueblo dominicano un paréntesis de honestidad administrativa, una esperanza de reformas sociales y respeto por las libertades públicas”.  Esa esperanza fue estrangulada por las FF.AA., que se deshonraron entonces cometiendo el desatino de malbaratar la determinación de su propio pueblo en defensa de la oligarquía y más adelante confirmaron su deshonra al colaborar con los EE.UU. en contra de la República que debían proteger. Gleijeses afirma que a partir de esa traición, y en conjunción con la envidiosa y malintencionada invasión estadounidense, se gestaron los alacranes que todavía hoy pululan sobre el cuerpo de nuestra aterida República. Los malhadados hijos del profesor, el PLD y el PRD, no han podido exterminarlos; de hecho, parecería que la prosperidad de estos partidos fuera directamente proporcional a la intensidad de la plaga que nos acribilla.

Bosch soñó con un pueblo fuerte e inteligente. Crítico, capaz, voluntario. Cuando habló de “servir al partido para servir al pueblo”, lo dijo pensando en que el pueblo dirigiría al partido desde las bases, no que las bases pasarían a formar una nueva oligarquía que perpetuaría la tiranización del país, garantizando que siempre exista una masa desposeída e ignorante. Imaginó gente con la cabeza bien puesta sobre los hombros, no empeñada sobre el escritorio de la dirigencia partidaria. Muchos mal llamados boschistas creen hacer realidad el sueño del profesor vanagloriándose de su adherencia acrítica a los dictámenes del partido o bien formulando las idioteces típicas del pensamiento esclerótico que Bosch despreciaba. Del profesor no queda nada ni en el PLD ni en el PRD.

Persistir en legitimar, con nuestro voto, con nuestra militancia, estos engendros malformados de Bosch, estas utopías natimuertas que nodrizas malditas insisten en amamantar, estas placentas criadas por truhanes, supone, no solo traicionar los ideales del hombre que estuvo a punto de reparar nuestra nación… No. Con ello también les damos de comer a esos esperpentos… Alimentamos a los monstruos, ofrendamos a cadáveres. Hacemos de nuestras vidas un desperdicio, convertimos nuestros días, nuestra felicidad y nuestras posibilidades de prosperidad en un reguero de sobras que les tiramos para que no nos muerdan y que ellos lamen del suelo como perros hambrientos… Y cuando terminan, no nos miran con gratitud, sino con esa mirada bestial de los que quieren más y más y más. Porque los monstruos siempre tienen hambre.

Y lo peor de todo es que estos monstruos no saben que son monstruos, no saben que son repulsivos, asqueantes, que infunden pavor, rechazo y odio. Ninguna de las terribles bestias del PLD y el PRD que piden nuestro voto desde carteles, desde la radio, desde la televisión, entiende o percibe que es monstruosa. Los seguidores de los monstruos son peores, porque comprenden la monstruosidad, pero como atributo exclusivo del bando opuesto. Y esos monstruos a los que les regalamos la yugular se paran delante del espejo y se encuentran hermosos; sus colmillos, sus chancros, sus tentáculos, ventosas, antenas, probóscides, cilios y desproporcionadas lenguas son, para ellos, de una perfección inefable. Sus bolsas digestivas, en las que flota un gigantesco bolo alimenticio hecho de dinero molido, niños pobres y Moët & Chandon, no despiden vapores fétidos. No hay nada feo en ellos, nada es desproporcionado o asimétrico, su conducta es intachable. No hay cómo explicarles que son monstruos y que su comportamiento es monstruoso. No hay cómo hacerles ver su monstruosidad. La única manera de hacerlos entrar en razón es asestándoles un golpe de machete en la nuca; los monstruos de pronto lo entienden todo cuando sus cabezas ruedan por el suelo.

También podemos matarlos de hambre…

Dejemos de alimentarlos.

Este 20 de mayo, no les eches ni una migaja. Ojo: vota, pero no por ellos. Es posible finiquitarlos. Mira el PRSC, monstruo imbatible por mucho tiempo, hoy condenado a vivir husmeando, hozando el suelo que pisan los partidos que otrora persiguió encarnizadamente, negociando el alpiste que lo mantiene vigente. Llegará el día en que al PRD-PLD les pase exactamente lo mismo. Y ese día habrá un nuevo amanecer para este país. Y ese amanecer está más cerca de lo que la gente piensa.

Un capricho

Por lo que podemos colegir en sus cartas y documentos, uno de los pintores favoritos del profesor Bosch era Francisco de Goya y Lucientes. En uno de sus Caprichos, muy apropiado para nuestro tema, el famoso pintor zaragozano nos presenta a un hombre dormido sobre su escritorio asediado por una bandada de siniestras lechuzas. El título reza: “El sueño de la razón produce monstruos”. ¿Qué significa?

Podría ser que cuando la razón sueña, es decir, cuando la razón se dedica a hacer lo que no le toca hacer (irse en un vuelo onírico, fantasear, soñar, imaginar, abandonarse) el resultado es siempre algo monstruoso. El doctor Víctor Frankenstein es un buen ejemplo: quiso “crear” respaldándose solo de la razón y engendró (o más bien fabricó) una criatura horripilante.

Pero hay otra posibilidad, una más útil.

Lo que quiso ilustrar Goya, acaso, es lo que sucede cuando la razón se duerme. Es decir, cuando la razón abandona la vigilia, cuando se ausenta, cuando se acuesta, cuando cierra los ojos. Ese es precisamente el momento que aprovechan los monstruos para salir. Y mientras duerme la razón, los monstruos campean por sus respetos con impunidad.

Es hora de despertar. ¿No crees? Y de quedarse despierto hasta que la última lechuza se haya ido.