Existe entre los seguidores y fanáticos de Hipólito Mejía un homoerotismo muy enfático y sumamente palpable; pertubardor, diría, pero no porque me limite a mí la homofobia, sino por lo irónico de su presencia en un movimiento que se regodea en lo macho,  que se agarra los cojones para expresarse, que festeja y sabrosea la testosterona y la sirve espumeante a sus seguidores… Aunque pensándolo mejor, no es irónico, sino lógico, que el tono celebratorio con que se enaltece a Hipólito Mejía como macho Alfa de la manada (que no otra cosa significa el título de “Papá”) se transforme en el desmesurado y acrítico amor homosexual que parecen profesarle muchos de sus seguidores varones.

No pretendo ser el primero en alumbrar y discutir el contenido erótico que desborda las expresiones de los adláteres del poder. Ya Silvio Torres-Saillant, antes que yo, ha desmenuzado la atracción homoerótica que inspiraba Trujillo entre sus fieles súbditos… y que sigue ejerciendo su magia macharrana en algunos trasnochados contemporáneos cuyo amor por el dictador no mengua con el tiempo. Hitler, un ejemplar de hombre por debajo de la media, inspiraba el mismo furor homosexual y heterosexual entre sus enceguecidos miembros del NSDAP. El poder, o la promesa del poder, en sus manifestaciones más antidemocráticas, feminiza a los subordinados, sometiéndolos a un decúbito abyecto, prosternado y, lo más maravilloso de todo, voluntario. Así, en la manada de lobos, los miembros de los escalafones más bajos, hembras y machos por igual, se ofrecen de culo al líder, al macho Alfa, al tutumpote, al más que mea, quien los monta simbólicamente sellando de esa manera su dominio, ungiendo a sus adeptos con un golpecito de la verga, como con una varita mágica.

Ayuda que Hipólito Mejía parezca un falo. Su reluciente cabeza de glande es su mejor “punchline”. También refuerzan su naturaleza de símbolo fálico sus referencias a la posesión de un pene tan monstruoso que descose las cremalleras de su pantalón, cual yuca endiablada que abre la tierra para salir a la luz. Es una verga andante, y como tal lo adoran sus seguidores, hombres y mujeres por igual.

¿Exagero? No creo.  No es casual que uno de los mantras favoritos de los hipolitistas sea “Papá ta duro”. En muchos foros de Facebook dedicados al candidato presidencial, se han apropiado el eslogan de cierta medicina para la disfunción eréctil: “Papá pa de una vez”.  Abundan, también, del teclado de varones perredeístas, los “¡Qué bien se ve Papá”, “Papá es el macho”, “El guapo de Gurabo se ve bien donde sea”. Un edecán perredeísta muy conocido, movido por el espíritu de Cavafis, sucumbe también a los encantos del gran varón, cediendo a la audacia poética de escribir en la página oficial del candidato del PRD que Hipólito Mejía “te brinda su tiempo, y te dice con la mirada, tú me importas, eres importante para mí”. “¡Qué potente es nuestro candidato presidencial!”, exclama un partidario de Laguna Salada y, aquí mismo, en los comentarios de Acento, uno de Baní se refiere a Mejía como “el inmenso Hipólito”.

Otra característica de las organizaciones antidemocráticas, de hecho, su característica principal, es el sometimiento a la voluntad de un patriarca. Entre los gorilas de montaña, el líder es el macho “Silverback”; su jefatura rige el “harén” y mientras dure su mandato, ningún gorila joven tiene derecho a copular con ninguna de sus hembras. Las decisiones son unilaterales, verticales, de arriba hacia abajo: los machos jóvenes deben someterse o emigrar. Los que se someten deben siempre reafirmar su condición de hijo ante el líder para obtener su gracia; de lo contrario, la violencia no se hace esperar.

En la falocracia que propone el PRD para el 2012, centrada alrededor de su líder-verga, el “Silverback” Hipólito Mejía, remontamos la evolución y retornamos a la jungla ecuatorial. El eco natural y entusiasta con que la idolización del líder como poseedor del gran pene, del super pene, del pene hecho hombre, que reverbera en las redes sociales, refleja, por supuesto, este sometimiento al patriarca, equivalente al decúbito lobuno ya mencionado. De esta manera, es completamente lógico que para afirmar la alianza con un líder político manifiestamente falocrático y paternalista se haga referencia, no a la simpatía que inspira un programa político basado en la igualdad de derechos y la representatividad, sino en la paternidad. Así lo siente, de manera natural e inconsciente, el partidario que se identifica como “un hijo agradecido [que] trabaja incondicionalmente para su padre… Llegó Papá”; o el tíguere de Pedro Brand que busca, además, hacernos reír cuando publica que acaba de “llegá de la clínica”: “Me hice un ADN y me salió 99.99% hijo de Papá. Así que estoy declarao con Hipólito”. Pero la tapa del pomo la pone el mismo edecán de renombre cuando, en un paroxismo de lambisconería, redacta: ” Hay diferentes tipos de padre, el padre celestial, el padre carnal, el padre adoptivo, los padres de la patria, entre otros y PAPA que es una exclamación surgida del pueblo ante una persona, ante Hipólito Mejía, que los entiende, los comprende, que vela por ellos. Hipólito lega en papá Dios sus acciones, pero asume sus acciones de padre con sus hijos, nietos y todos nosotros.”

Es interesante destacar que este erotismo, esta intoxicación ante el macho alfa, cunde predominantemente entre los varones. Las mujeres son más recatadas, aunque no falta quien se zambulla en hipérboles que revelan cuán maduro está este pueblo para una nueva dictadura, como revela el comentario de una joven de Elías Piña: “Sepa, grande Hipólito Mejía, que sus hijos de Elías Piña lo reverenciamos a toda hora, en todo momento”.

Soy un “fan” del pene, siendo poseedor de uno que sigue funcionando. El pene, el falo, el pito, la verga, es un instrumento de creación. Manifestaciones sublimadas del pene abundan en la mitología y el folklore: está en las varitas mágicas, en el as de bastos, en las torres antiguas, en los sables de luz de Star Wars, en los pararrayos y agujas de los castillos. Múltiples culturas aún le rinden la reverencia que le corresponde: en Tailandia las mujeres que quieren quedar encinta ofrecen guirnaldas y frutas a los gigantescos penes de piedra del santuario de Mae Tuptim, y lo mismo sucede en Japón, en el templo de Mara Kannon. Me apena que el pene caiga en el descrédito. Hay penes que dan pena. Hay penes que penalizan con sus acciones el buen nombre de otros penes.  En el aplauso que suscita la falocracia que nos promete el partido blanco, junto a su rancio paternalismo anunciado, somos testigos de un pueblo gustoso de la genuflexión, de un colectivo aparentemente condenado a no estar nunca preparado para dirigir su destino de manera horizontal y que, a través de la erotización de sus líderes, transforma la vara creadora del padre en chucho de castigo, en macana, en fuete. En palo pa de una vez.